Barrio Norte, guardia de una conocida clínica coqueta de la ciudad. Nochecita de sábado, entra una señora mayor muy rubia, muy atildada, muy prolija, de esas con papa en la boca, mucama con uniforme y modales de faiv-ocloc-tí. Se sienta derechita, manicura perfecta, maquillaje suave, perfumada. Una reina, ella.
Yo: -Buenas noches, señora, qué le anda pasando?
Señora rubia: -Buenas noches, doctora (carraspea). Mire, yo estoy aquí porque me he preocupado un poco por un síntoma que presenté, entonces hablé con un amigo de la familia, médico él, y me dijo que viniera urgente a la guardia. Y aquí me tiene.
Yo: -Ajá. Y cuál es el síntoma?
Señora rubia: -La peluca.
Yo, sin entender: -Cómo?
Señora rubia: -La peluca, doctora.
Yo, atónita: Peluca?? Qué pasa con la peluca? La del pelo??
Señora atildada: -La peluca, me preocupa. Eso que pasa cuando uno va de cuerpo y en vez de eso, ve sangre. Bastante sangre. Eso me pasó.
Yo, al borde de la carcajada: -Ahh, usted se refiere a la melena!!!! A la hemorragia digestiva!! El sangrado fue abundante? Y cómo se siente ahora?
Señora atildada: -Bueno, eso: melena, peluca…eso, qué sé yo. Me siento más o menos, un poco floja.
Yo: -Bueno, vamos a sacarle un poquito de sangre para ver si está anémica, y vamos a tener que hacer un par de estudios, para saber qué pasó, le parece bien?
Señora rubia: -Sí, doctora.
Yo: -Dígame…tiene hemorroides?
Señora rubia: -No! Nada, nada!
Yo: -Segura? A veces el síntoma de las hemorroides puede ser prurito, o ardor, otras puede doler y…
Señora rubia, interrumpiendo: -Nada, doctora. De ahí, sana por completo.
Resulta que la señora no tuvo ni melena, ni peluca: apenas un sangradito relacionado con sus hemorroides crónicas, que detectó el endoscopista cuando le hizo la alta y la baja. Ella, ni una palabra.
De algunas cosas no se habla.